Por Isabel Mazzucchelli Fotos: Fernando Pena
Luigi Veronelli define un cóctel como
“un aguardiente modificado y helado”. Aunque
la definición puede ser exacta, le falta un ingrediente:
la fantasía y la creación, que hacen de
cada cóctel una aventura de los sentidos.
La palabra castellanizada cóctel es
de origen inglés: cocktail (cock tail, cola de
gallo) fue el nombre que se dio originalmente a este tipo
de tragos en los que se mezcla una bebida alcohólica
con otros elementos. Dicen que en el origen de la palabra
está la costumbre de adornar las copas con brillantes
plumas de cola de gallo, aunque otros adjudican este nombre
al que se les daba a unos caballos de carrera en Estados
Unidos cuya cola siempre erguida era similar a la del
ave en cuestión.
Ya en el siglo XVI era costumbre preparar mezclas de bebidas
parecidas a los cócteles que bebemos hoy, por lo
general con fines medicinales. La costumbre luego se extendió
por toda Europa, creándose mezclas que contenían
bebidas y hierbas y que se consumía antes de comer
con el fin de abrir el apetito. Allí surgió
la palabra aperitivo, muy anterior a cocktail, término
que comenzó a usarse en Estados Unidos a principios
del siglo XIX. En esa etapa fueron creados numerosos aperitivos
como los vermuts, creación de los italianos a partir
de hierbas mezcladas con vinos, el licor de absinthe,
creado en Francia a partir de una bebida que había
sido hábito francés hacía más
de 200 años. Esta bebida se elaboraba como medicina
a partir de la absinthe o ajenjo, una planta amarga y
adictiva que macerada en alcohol produce un licor amargo,
anisado, cuyo consumo excesivo puede llegar a provocar
la muerte, como fue el caso del poeta francés Paul
Verlaine. Hoy, luego de muchas vicisitudes históricas,
prohibiciones y reglamentaciones, el anisado “pastis”
sigue siendo el aperitivo nacional. El esplendor de la
coctelería comenzó en los años veinte
en ese país. En la época de la “ley
seca”, cuando se prohibió la producción
de alcohol y las bebidas que se conseguían ilegalmente
eran de dudosos calidad y gusto. Debido a esto los barmen
comenzaron a mezclar el alcohol con jugos y otras bebidas
para mejorar (o enmascarar) su sabor.
Cócteles de abolengo
La coctelería tradicional se basa en la mezcla
de una o más bebidas alcohólicas con jugos
de frutas u otros elementos. De esa base surge una enorme
cantidad de cócteles con recetas bien definidas,
algunos de ellos verdaderos clásicos.
Los cócteles tradicionales suelen incluir tres
clases de ingredientes: una base de al-cohol, como vodka,
tequila, whisky u otra bebida; el sabor principal, que
está dado por bebidas tales como vermut, jugos
de frutas o vino e incluso cremas o huevos que modifican
el gusto de la base; y un tercer ingrediente que por lo
general busca enaltecer el sabor de la misma base y muchas
veces agrega color a la mezcla. Es costumbre, como se
hacía en los inicios con las plumas de gallo, decorar
los vasos o copas con algún elemento, desde hojas,
flores o frutas hasta pequeños objetos.
En los locos años veinte, luego de la Primera Guerra
Mundial y en, irónicamente, plena ley seca, los
jóvenes estadounidenses pusieron de moda los bares
y los cócteles, ya protagonistas por sí
mismos y no aperitivos antes de la comida. Los bares se
convirtieron en centros de reunión a ambos lados
del Atlán-tico. Y los nuevos cócteles eran
la bebida de moda. Nuevos o no tan nuevos, ya que algunos
habían sido creados antes, como el famoso Manhattan
(dos tercios de whisky bour-bon, un tercio de vermut,
cuatro gotas de Angostura y una guinda), inventado a fines
del siglo XIX cuando alguien le pidió al bartender
del Manhattan Club que elaborara un cóctel en honor
al gobernador electo de Nueva York, Samuel J. Tilden,
nombrado como el Club que vio su nacimiento. El trago
se convirtió en pasión de multitudes, contando
entre sus adoradores al famoso escritor Scott Fitzgerald.
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