Placer mensual / julio

 
 
“Me gustan las cosas que me hacen vibrar”


Por Gustavo Laborde
Fotos: Armando Sartorotti

Enamorada de su establecimiento Las Rosas, la princesa d’Arenberg prefiere los productos naturales de la tierra y el sabor honesto de los ingredientes puros a la comida de restaurantes “que ya no tiene gusto a nada”. No porque sí todavía recuerda el sabor de la primera naranja que comió en su vida, que le trajeron los ratones cuando tenía 6 años porque se le había caido un diente.

Mide un metro cincuenta pero se trepa a unos tacos altísimos para disimular su estatura. Es menuda y delgada, pero el busto rebasa peligrosamente el escote profundo de su blusa. En su breve cintura luce una hebilla del tamaño de Texas que dice Las Rosas, el nombre del establecimiento agropecuario al que ha consagrado su vida. Tiene unos ojos azules increíblemente intensos que no te quita de encima mientras habla y que trasmiten la pasión de esta mujer que parece movida por la energía de una usina de uranio enriquecido. Enciende un cigarro tras otro y habla como si tuviera una metralleta verbal que dispara palabras en varios idiomas. No elude ningún tema, tiene opiniones fuertes y una risa escandalosa.
Nació en el Líbano en 1941, fue criada entre Francia, Suiza y Uruguay y eligió este último país para quedarse. Supo desempeñar siete oficios en un hospital público, convertirse en princesa, pertenecer al jet-set puntaesteño, llevar una vida disipada, entrar y salir del alcoholismo, trabajar con infectados de HIV y con presos comunes. Ahora es dueña de una cabaña modelo en la que trabajan 110 personas en planilla que viven en el campo con sus familias, tiene una productora de televisión, acaba de sacar una nueva línea de champagne y es representante de una multinacional automotriz, entre otras cosas. Su palabra favorita es producción. Su actividad favorita es la producción. Producción, producción, producción. Ese es su lema. Es Laetitia d’Arenberg. O como prefieren llamarla sus empleados, Su Alteza.

–¿Cuál es el primer sabor
que recuerda de su infancia?
–El primero y el más importante de los sabores de mi infancia me lleva a la hora del té en Francia. Recuerdo unas tostadas con manteca y encima pedacitos de chocolate negro. Todo era crocante, delicioso. Cierro los ojos y siento el olor del chocolate. Claro que esto es después de terminada la guerra, porque antes era un lujo imposible. De ese aroma no me olvido en mi vida. Otra cosa que nunca voy a olvidar es la primera naranja. La comí en Francia a los 6 años. Se me había caído un diente y me la trajeron durante la noche. Ese perfume lo volví a encontrar a los 18 años en Marruecos y nunca más volví a sentirlo. Tengo tan nítido ese olor que lo podría volver a encontrar e identificarlo sin dudar.
–¿Pero qué clase de naranja era?
–Una diferente, no sabría decirte cuál. La encontré en Marruecos y nunca más. Y mirá que como naranjas, pero ese olor… nunca más.


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