Placer 7 / octubre - noviembre 2004

 

 
 
Manjares lacios para romanos de todo el mundo


textos Titina Núñez
fotos gentileza EGO

Una joyita este viaje gastronómico por intricados miradores romanos. Desde el campo al plato, Ruocco no pierde detalle en un texto que hace agua la boca.

 

En opinión de los entendidos, la cocina italiana encuentra desde siempre sus principales valores en la simplicidad creativa unida a la variedad y en una sustancial corrección alimenticia que la hace de gran actualidad y le vale el éxito en todo el mundo.
Pero dentro de esas características generales de la cocina italiana -en realidad debería decirse de las cocinas italianas- se puede hallar una amplia variedad de platos y recetas que ponen su acento en ciertos ingredientes, condimentos y modos de cocción que difieren de una región a la otra e incluso de una localidad a otra vecina.

Una de las cocinas peninsulares con lineamientos propios más marcados es la romana, simple en sus componentes, elaborada con moderación e influida tanto por la prosapia de una ciudad que fue caput mundi en la antigüedad y sigue siendo sede del papado, como por los múltiples avatares históricos que incluyeron invasiones, destrucciones, decadencia y pobreza. Por ello, en los platos de la cocina romana se puede encontrar, por un lado, el refinamiento de los que tenían el poder y, por el otro, la tradición popular heredada de épocas en las que había que ingeniárselas para hacer comidas sabrosas y hasta suculentas con elementos escasos y aparentemente pobres.
Dentro de la región del Lacio, de la que Roma es la capital, y de la propia provincia de Roma hay una zona que presenta características gastronómicas peculiares y platos típicos, tanto rústicos como refinados, que atraen mucho a los romani di Roma y a los turistas extranjeros: I Castelli Romani.


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