Placer 6 / julio - agosto - setiembre 2004

 

 
 
La bodega de santos hálitos


por Hugo García Robles
fotos: Fernando Morán

Un trozo vivo de la historia de Uruguay tiene su sede en el siglo y medio de existencia de Los Cerros de San Juan. La venerable bodega es una de las pocas empresas nacionales que puede mostrar orgullosa una trayectoria que prácticamente se superpone a la del país. Apenas veinticuatro años la separan de coincidir totalmente con la vida de Uruguay.

En los 150 años de vida de la bodega hay mucho por rescatar y valorar. Su actividad enológica no fue la única desplegada por los fundadores y en el perfil de la empresa se advierte cuánta devoción dedicaron los hombres que la formaron.
El propio lugar del establecimiento conserva como enclave concreto una riqueza que no se marchita. Instalada en el departamento de Colonia, en la zona que corresponde al tramo inferior del río San Juan y del arroyo Miguelete, mantiene intacta su belleza natural.

Los orígenes

El 24 de junio de 1542, Gaboto fundó en las orillas del río San Juan un poblado que bautizó Real de San Juan. En la pugna de los intereses hispanos y portugueses, la barra del San Juan es el lugar donde fondea Manuel de Lobo, después de desembarcar en la isla San Gabriel, para fundar desde allí Colonia del Sacramento.
En 1738, la orden de los Jesuitas se instaló en la zona comprendida entre el río San Juan y el arroyo de Las Vacas. Quedan todavía ruinas de los muros de piedra que levantaron al desarrollar, con su característico impulso, actividades fabriles y artesanales de carpintería, herrería, caleras, derivados de lácteos (en especial quesos) y fabricación de ladrillos y tejas. Como corresponde con las exigencias del culto, produjeron también los primeros vinos de la entonces Banda Oriental.
En 1854 la familia Lahusen adquirió cuatro "suertes de estancias" sobre las costas del San Juan y del Río de la Plata. Comenzó así la vida de la llamada Compañía Rural Los Cerros de San Juan y Cochicó. Los Lahusen poseían una rica y antigua tradición en los dominios agrovitícolas de su Alemania natal.
Las ventajas de los suelos del lugar favorecían y favorecen la presencia de microclimas, ideales para la calidad de las uvas. Por esta causa, más de cien años antes, los jesuitas plantaron allí las primeras viñas de la historia de Uruguay.
Al impulso de los fundadores se tonificó la venida de familias europeas de origen italiano, francés, español e irlandés. Esta fuerte corriente inmigratoria desplegó una actividad diversa: forestación, viñedo, bodega, crianza de ganado fino, agricultura y explotación minera que incluyó las canteras de arena.
Ejemplo de la capacidad de trabajo de aquellos fundadores, de su imaginación y diversidad de recursos fue la construcción de un buque bautizado Bremen, en recuerdo de a ciudad de origen de los Lahusen. Esta era la respuesta de los fundadores a la ausencia de carreteras, caminos y, en general, vías de comunicación, de las que Uruguay carecía a mediados del siglo XIX.
El Bremen transportó el vino, los cereales, los reproductores Hereford y la lana de las majadas a Montevideo, al mismo tiempo que llevaba la arena y la piedra a Buenos Aires utilizada en muchas de las construcciones de la capital argentina.


Nota completa en Placer 6