Placer 35 / Octubre-Noviembre 2010

 

 

 

 

 
 

De perfumes, aromas y otros olores

 El placer invisible


Por Mauro Martella

Un perfume francés, la tierra mojada, aquel viejo armario enmohecido, un puñado de hierbas, cáscaras de frutas recién cortadas, la llave del gas abierta, vino blanco meciéndose en una copa, un ramo de claveles marchitos, el incienso que se quema lento, esa dulce tarta recién salida del horno… Vivimos en un mundo completo de estímulos olfativos. Disfrutamos de unos. Nos alejamos de otros. Por placer y por supervivencia. Aunque no los vemos, están siempre allí, flotando en el aire o apretados en diminutas gotitas. Para entrar al mundo del perfume sólo hay que inhalar

Al pensar en perfume es inevitable visualizar un pequeño y lindo
frasquito, con un líquido generalmente amarillento, un dispensador en el extremo, y unos deseos locos por presionarlo, apuntando al cuello o a las muñecas, para luego respirar profundo y disfrutar de su aroma. Jamás se nos ocurriría visualizar humo.
Sin embargo, el génesis de la palabra perfume (del latín per fumum)
nos remonta a los albores del tiempo, cuando el hombre primitivo descubrió el fuego, cuando las maderas y las hojas secas comenzaron a arder, los aromas empezaron a liberarse, y fue así como cabalgando sobre el humo, esos olores se elevaron al cielo, comenzando una nueva forma de adoración de las divinidades.

Perfumes lejanos

No todo era adoración de los dioses, sino también salud e higiene. Antiguos papiros y jeroglíficos hallados en Edfu y en Philae (Egipto) documentan la antiquísima receta para elaborar el kephi (o kyphi),
una preparación que ha cobrado fama universal, empleada entonces como antiséptico, bálsamo y tranquilizador.
No sólo se perfumaban con ella, sino que también la usaban para evitar el mal aliento, e incluso la bebían como medicina. Los principales ingredientes que enumeraban estos pergaminos de más de tres mil años de antigüedad eran mirra, lentisco, bayas de enebro, granos de alholva, menta, canela, pistacho y chufa, primero
machacados y luego tamizados, a veces mezclados con vino y con una preparación a base de resma de conífera y miel.
En algunos bajorrelieves se han encontrado detalles de lo que pudo ser una destilería, y antiguos manuscritos describen cómo Ramsés III ofreció 52 ánforas de perfume a Osiris, y cómo Cleopatra brindaba banquetes a Marco Antonio en medio de un recinto atestado de esencias aromáticas.
El perfume fue también protagonista del culto a los muertos. Cuando en 1922 se abrió la tumba de Tutankamón, se encontraron alrededor de 3.000 potes que al ser destapados aún conservaban el aroma de sus fragancias.
Aunque a Nerón se le atribuye haber quemado Roma, y componer con su lira mientras la ciudad era devastada, uno de los usos más insólitos de los perfumes fue de su autoría. Después de matar a su
mujer, Popea, hizo quemar en su entierro toda la producción anual de incienso de Arabia, según relata el escritor latino Plinio el Viejo.
Los textos de Herodoto cuentan cómo en Grecia las mujeres de Saytes trituraban las maderas de los cipreses, cedros e inciensos, para crear una pasta con agua que se aplicaban en el cuerpo.
Los romanos comenzaron a llevar a Grecia ingredientes conseguidos en los países conquistados de Oriente, para que los griegos crearan nuevos perfumes, y, poco a poco, se fue desarrollando el mercado de las fragancias. Años más tarde, en la Edad Media, los alquimistas de Europa descubrieron el alcohol etílico y la destilación, y es a principios del siglo xviii, cuando empieza una nueva era en la historia del perfume con la creación de la original eau de Cologne, concebida por el italiano Giovanni María Farina en la ciudad de Colonia, Alemania, quien la describió como “un perfume que me hace recordar a un amanecer italiano, a narcisos de montaña, a azahares de naranjo justo después de la lluvia”, según documentara
en una carta enviada a su hermano Bautista, en 1708.

Cazadores de aromas

La destilación fue una de las primeras técnicas usadas para extraer los aceites esenciales de las plantas. El erudito árabe Avicena fue quien inventó la destilación de aceites de plantas, facilitándose
así el comercio y el transporte de las sustancias aromáticas. Estos aceites pueden encontrarse en sus raíces, tallos,
hojas, savia o pétalos, y dependiendo de eso, se busca cuál es la técnica ideal para recogerlos.
“Hoy día, lo más común es usar aceites esenciales sintéticos”, explicó a Placer la química farmacéutica Pninah Katzkowich, directora técnica de Dr. Selby. Trabaja allí desde hace 23 años y tiene a su cargo la sección de desarrollo de nuevos productos, la supervisión de
las tareas productivas y el control de calidad. “Por ejemplo, en el caso de usarse aceites esenciales naturales, implicaría acumular una cantidad impresionante de rosas para poder muy pequeñita de su aceite esencial. Con el avance de la tecnología se ha logrado sintetizar productos que olfativamente son iguales al producto natural, y con eso uno se asegura la uniformidad”.
En el caso de las esencias de origen animal, extraer determinado producto es demasiado costoso, además de las implicancias en torno al tema del cuidado de las especies. Una de esas materias primas
más codiciada es el musk, una sustancia de olor penetrante y persistente parecida a la miel, que es secretada por la glándula
del prepucio del ciervo macho almizclero. Esta especie, que vive en la cordillera del Himalaya, se encuentra al borde de la extinción. En un año se llegaban a sacrificar 60.000 ciervos para atender las demandas de las industrias del perfume.

 

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