Por Fermín Solana
En el período más frío del año, pocos alimentos más sustanciosos y reconfortantes que una buena sopa. Desde tiempos inmemoriales este ilustre alimento aporta nutrientes –y calor– en formato líquido al ser humano. Sea en sus interpretaciones más simples y caseras como hasta en las más refinadas, estas son algunas propiedades de un plato que es capaz de redefinirse según la región y la cocina, llegando a pasar por frío aperitivo hasta refrigerante postre.
Hay quienes recién de grandes aprendimos a tenerle respeto a la sopa, aquel alimento que sistemática y automáticamente tendimos a rechazar cuando éramos chicos.
Es un hecho que –salvando excepciones, que las hay como en el caso de mi tío- en algún punto de la madurez el potaje obtiene su merecida apreciación. Y lo hace por sí mismo, debido a su nobleza. Basta ingerir una regia sopa suculenta en pleno invierno para recuperarlo todo, hasta las emociones perdidas. No en vano el que fuera denominado el primer restaurante del mundo (Francia, siglo XVIII) vendía exclusivamente sopas, y su nombre escogido y luego diseminado por el globo hacía alusión, justamente, a las propiedades restauradoras de sus mezclas. Es que trátese del tradicional caldo de puchero, una espesa crema, o una exótica receta de procedencia oriental, lleve o no queso derretido, fideos, arroz o croutones, se tome en taza, pote o cuchara y se la case con vino, agua burbujeante o refresco (¿?), pocos alimentos nos transmiten una sensación más nutritiva que una rica sopa. Por algo la insistencia de aquel “tomate la sopa nene”.
Génesis y transformaciones
Sus orígenes se remontan a la antigüedad. Si bien es difícil precisar fechas y aunque hay quienes aseguran que fue alrededor del 6000 A.C. que empezó a consumirse, es un hecho que el famoso plato líquido convive con la humanidad desde que el fuego se utiliza para cocinar, y en agua hirviendo se ablandan desde siempre los más diversos ingredientes sólidos resultando en caldo. El enternecimiento de los alimentos aparece como uno de los fines primordiales que llevaron a la implementación de las sopas en diversas culturas. Se supone que el alimentar a convalecientes imposibilitados del don de masticar fue una de sus razones más básicas de ser. Durante el imperio Romano las sopas se circunscribían a los ciudadanos pobres, pero con el tiempo y el paso de las eras las preparaciones fueron sofisticándose incorporando carnes, verduras, legumbres y cereales de diversos tipos, dividiéndose en aguadas o densas y popularizándose hasta deshidratarse.
Etimológicamente, la palabra sopa proviene del germano sop, modo en que se conocía durante el Medioevo a unas tostadas que se comían en buena parte de Europa embebidas en vino o algún tipo de caldo. La cocina clásica francesa, por su parte, es responsable de muchas de las variedades que en la actualidad se inscriben mundialmente dentro del rango de las sopas (consomés, bisques), pero no hay cultura que se precie de tal que carezca de su propia interpretación (la nuestra es el ensopado criollo).
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