Placer 32 / Marzo Abril 2010

 

 

 
 

Día de sushiman

 Rock and Rolls


Texto: Fermín Solana
Fotos: Camila González Jettar

Andy Borel, alias Jimbo, es el cantante de una banda ubterránea de rock conocida como Disaster, y uno de los katers pro denominación que corre para la “elite” de aquellos patinadores que son patrocinados) más respetados del circuito local. Sin
embargo, su quehacer “oficial” es el de sushiman, profesión que aprendió seis años atrás de la mano de Noné Perozio, la introductora del hoy popular manjar japonés en Bar 62. La ámara de Placer lo siguió a la feria, al súper y a Siam, el restaurante donde hoy se desempeña


“Yo trabajaba en la cocina del 62 y me intrigó lo que hacía Noné, ahí cerca mío, así que le empecé a hacer preguntas cada vez más seguido acerca del sushi”, revela Andy, que más allá de contar con su faceta vertiginosa de rock pesado y skate, es un tipo calmo, relajado, de pocas palabras y sonrisa bien pura. Su indagación desembocó en una curiosa manera de aprender…enseñando. Fue al poco tiempo, cuando comenzó a trabajar como asistente de Noné en sus cursos, y de esa manera, ayudándola a transmitir el conocimiento, se familiarizó con las técnicas para hacer rolls, rigiris, sashimis y demás piezas.
Desde ahí el pelilargo forjó su propio camino, creando su marca (Rock Sushi) y maniobrando detrás de las barras de una serie de recintos de Montevideo y Punta del Este. Tuvo rachas buenas, compró una moto, fue campeón de skate, se enamoró; después vinieron adversidades, cocinar en lugares que no eran los indicados, perder la moto, llegar a la encrucijada del amor, y tras meditar a bordo de su patineta con la melena al viento, empezar otro ciclo, todo de nuevo…
Este verano lo encuentra en Siam, el restaurante que –literalmente– resurgió de las cenizas (fue arrasado por un incendio en 2009).
En un fin de semana laboral lo acompañamos temprano a uno de sus reductos predilectos a la hora de hacer las compras: la feria de productores orgánicos de ecogranjas que se establece cada domingo, entre las 8 y las 14 horas, en el callejón del Parque Rodó –saliendo
de 21 de Setiembre, al costado de Defensor Sporting. Se venía el agua y empezaron a sacudir los truenos cuando apareció en su bici, algo zombie por el madrugón.
En los 20 minutos que le otorgó la lluvia antes de caer con fuerza, se entusiasmó con la rúcula (“mirá lo que es esto, viene con las raíces”), el azúcar (“¿Te das cuenta? Ni siquiera es blanca, la que comemos en general es cualquier cosa”), compró zucchinis,
zanahorias y algunas hierbas como la salvia que llevó, esa sí, para hacer en su casa con pasta y manteca. En la interacción con los vendedores –que estaban felices con la cámara y el “suceso periodístico”– descubrió que varios de ellos hacen delivery, y anotó los números. “La verdad es que me encanta venir acá, pero como trabajo los sábados de noche, la mayoría de las veces me cuesta levantarme”, confesó Andy antes de salir disparando por la eventual pista patinosa de bulevar Artigas, para Siam.
Previo a la faena tuvo que cruzar al supermercado por ingredientes de último momento (brotes de soja, pepinos) y a su arribo al restaurante aprovechó la soledad –producto de haber sido el primero en llegar– para organizar sus utensilios al rápido ritmo punk de Expulsados. De a poco fue llegando el resto de los cocineros, entre ellos Cachila Jr., de la cuerda de tambores Cuareim 1080 (que acababa de recibir el tercer premio en las Llamadas, y al cual todos felicitaban). La música cambió por algo con más “sabor”, y con la
población vino el ruido y el trajín. Afuera salió el sol.
Andy estrenaba tatuaje, su principal orgullo en estos días (“quedó divina”, dice). La pantera negra en el antebrazo llegó
para hacerle compañía a la figura solitaria de un lobo, aullándole a la luna.
“Ah, ya hay olor a sushi”, anunció cuando estuvo pronto el arroz, aspirando el vapor dulce que emerge de la cacerola. “Nunca me
aburro de hacer esto. Cambia todo el tiempo en mi vida”, manifiesta Andy, un auténtico rock & sushiman

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