Placer 3 / Setiembre - octubre 2003

 
 
Criollo como pocos


por Chichila Irazábal
fotos Fernando Morán

El mate, a diferencia de otras infusiones, no disfruta de fama internacional y sus bondades son apreciadas apenas en Uruguay, Argentina, el sur de Brasil, Paraguay y el sur de Chile. El ritual que lo acompaña puede parecer, mirado por ojos extraños, tan insólito y peculiar como la ceremonia del té japonesa para cualquier occidental; para nosotros, habitantes del lado oriental del Río de la Plata, es algo tan cotidiano que lo cumplimos cada día sin darnos cuenta.

El origen de la yerba mate ( Ilex Paraguariensis , tal el nombre que le dio el naturalista Augusto de Saint Hilaire de viaje por la Provincia Cisplatina en 1820 y 1821) se pierde en la espesura de la selva paraguaya, también su leyenda. Casi todas las cosas buenas que en este mundo el hombre creó, las explica con un mito que legitima sus bondades, como si la capacidad de crear fuera sólo potestad de un dios; la yerba mate no ha escapado a este destino.

Cuenta una de las leyendas que fue la diosa Así (Yasí), la luna, con la ayuda de Aria (Araí), la nube crepuscular, quien para recompensar a un viejo guaraní por haberlas socorrido en sus aventuras terrestres sembró en un claro de la selva, frente a su choza, semillas de las que nacieron unos arbustos de flores blancas y hojas verde oscuro, los árboles de caá , la yerba mate. A la única hija del viejo, una joven bella y de alma candorosa, le concedió para siempre los dones que la caracterizaban, la nombró dueña eterna de los yerbales y le enseñó a tostar la yerba y preparar el mate. Cientos de años han pasado, pero dicen que en las noches en que Así resplandece suele verse entre los yerbales del Paraguay a una joven hermosa cuyos ojos puros reflejan la bondad y la hospitalidad de un mate recién cebado.

En la versión de Adolfo Ballesteros, un escritor uruguayo, la historia es completamente distinta pero fiel al espíritu del mate. Cuenta que un paisano le pidió a Dios, para esos momentos en que a uno ya nada ni nadie le queda en esta vida, “un compañero para contarle despacito las penas, las tristezas de la vida; que me haga sentir su caliente mano de varón y que sea serio, callado y fiel... Entonces Dios le regaló el mate amargo”. *

Leyendas aparte, lo cierto es que el origen del mate es muy anterior a la conquista de América, cuando caá crecía silvestre en la selva paraguaya y en las actuales provincias argentinas de Corrientes y Misiones.


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