Placer 1 / marzo - abril 2003

 
 
Nada es azar


por Titina Núñez

Conocimos a Lanata y a Sara un domingo de verano. Yo iba a ver qué era eso de ser la productora ejecutiva de Lanata en Uruguay. David me acompañaba, como siempre.

Un mes después, en una jornada de trabajo y calor, todo el equipo planificaba el programa que saldría por TV Libre en el mes de marzo. David, mientras, piloteaba cerca del faro y se disgustaba porque no atendíamos su hazaña.

Ahora es invierno. Estamos almorzando en La Posta del Cangrejo y la costa de La Barra se ve plateada desde el ventanal –acerada, dice Moya–. Frente a mí están Lanata y Sara, su mujer. Lanata la trata de usted y la llama “Kiwi”. Ella no quiere fotos sino hasta después de delinear sus ojos profundos y arreglarse el pelo revuelto por la humedad y el tiempo.

Hace como un mes que corremos la fecha de este almuerzo. David ya no está acá. Lanata quería hacer la entrevista en José Ignacio pero está todo cerrado. Entonces pidió La Posta. Mejor. La vista más amplia y la ausencia del faro hacen que él pueda evidenciar su aleteo. Supongo que eso lo pondrá feliz.

—¿Por qué José Ignacio?

—Porque hay pocos argentinos, porque es un pueblito chiquito donde todo el mundo se conoce. Yo no podría vivir en un pueblo de cinco mil habitantes, pero puedo vivir en un pueblo de cincuenta. En un pueblo de cinco mil me deprimiría a los dos días, no tendría qué hacer; en cambio cuando no hay nada es totalmente distinto. En José Ignacio no hay nada.

Afuera se largó a llover. Pedro Moya, el dueño de La Posta, ya anunció qué nos tendría preparado como menú. Sopa de mejillones de entrada, brótola con verduras y salsa de puerros como principal y omelette surprise de postre para todos, menos para Lanata que tiene ensalada de frutas.

El mozo sirve un Merlot Edición Limitada que Fernando Deicas nos envió para compartir. Lanata pide una Sprite con limón y sigue hablando de José Ignacio:

—Ahí sé el nombre del tipo que me vende la carne, del quiosquero, del que lleva el remise… Está bueno. Me paro a hablar como si fuera un vecino de toda la vida.

 


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