Placer 19 / Octubre, Noviembre 2007

 

 

 

 
 
Mucho más que tapones


Por Isabel Mazzucchelli desde Lisboa y Porto, Portugal. Fotos de Isabel Mazzucchelli y Amorim Hnos.

Placer visitó Amorim Hnos, la mayor empresa productora de corcho del mundo y conoció a fondo un material noble que se usa en múltiples aplicaciones, desde jets y naves espaciales hasta para cerrar botellas de vino, cerveza y otras bebidas. La visita fue oportuna para conocer los resultados sobre las últimas investigaciones científicas donde se comprobó que la posición de la botella no influye en la conservación del vino y se descubrió que los tapones de corcho no permiten el pasaje de oxígeno que sólo transita entre el espacio existente entre el corcho y el vidrio.

EEl corcho es la corteza del alcornoque, un árbol de la familia de los robles (Quercus Suber L.). La nobleza del árbol permite que se le extraiga la corteza sin que muera, ya que la regenera en un plazo de unos diez años. Portugal es el primer productor mundial de alcornoque, seguido de España, Argelia, Marruecos, Italia, Túnez y Francia. Su corteza se puede cosechar cada –aproximadamente– diez años, pero la primera cosecha ocurre a los 23 años de plantado el árbol. Ni ésta ni la segunda, unos diez años después, son de la calidad necesaria para hacer tapones. La calidad de la corteza va mejorando con las sucesivas cosechas y recién la tercera es buena para tapones, para los que se necesita la mejor calidad. Las dos primeras, así como las partes de menor calidad de cosechas posteriores, se trituran y se usan para aglomerados destinados a diferentes usos o incluso a tapones aglomerados. Los portugueses afirman: “cuando queremos hacer dinero, plantamos eucaliptus, cuando pensamos en nuestros hijos, plantamos olivos o pinos, y cuando pensamos en nuestros nietos, alcornoques.” La Unión Europea apoya con subvenciones la plantación de estos árboles, para evitar su desaparición, ya que aunque la rentabilidad es buena, los plazos son muy alejados de los manejados en los tiempos que corren. La extracción de la corteza es hecha por manos expertas. Ya desde la antigüedad se sabía que era muy importante hacerlo sin lastimar el tronco del árbol: los antiguos griegos, que usaban el corcho para usos domésticos como suelas de sandalias o boyas para pescar y para tapar recipientes que contenían aceite de oliva o vino, hacían de la cosecha un ritual en el que era permitido participar a unos pocos elegidos. Hoy los cosechadores conservan un oficio que se transmite de generación en generación y que es muy bien pagado, unos 90 euros por jornada. Carlos de Jesús, director de marketing y comunicación de Amorim, asegura que cuando va a ver la cosecha le parece estar frente a una ceremonia new age: “los cosechadores se abrazan al árbol, lo acarician, parece que lo escuchan, y finalmente comienzan a cortar, a veces desde el suelo, a veces subidos al árbol, incluso en posiciones inverosímiles”. Hacen cortes en la corteza, con afiladas hachas que, destreza mediante, no lastiman el cuerpo del árbol. Lo dejan desnudo y la corteza se va apilando para luego ser trasladada a las fábricas donde se producen los tapones y otros elementos de corcho.

Solamente el 25% del corcho que se extrae mundialmente se usa para la producción de tapones. El restante 75% se destina a usos muy variados: como aislante térmico y acústico, como material decorativo para revestimiento de pisos, paredes o cielos rasos, en artículos de deporte, en calzado y en aplicaciones de alta tecnología como en partes de naves espaciales o modernos jets. Una aplicación novedosa del corcho es un material en el que se lo mezcla con caucho, una especie de corcho-goma que se usa en la industria automovilística y para pisos, entre otras cosas. Los artesanos portugueses no paran de crear nuevas artesanías con corcho. Las “telas de corcho” se usan para bolsos, zapatos, portalápices y hasta vestidos y chaquetas.


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