Placer 19 / Octubre, Noviembre 2007

 

 

 
 
Esperanzas a favor de los pequeños


Por Isabel Mazzucchelli / fotos Joaquín Escardó

En nuestro país el fenómeno del renacimiento del vino sigue su curso. Para que no perdamos el entusiasmo del descubrimiento de nuevas bodegas, elegimos cinco poco conocidas por el público. Tres de ellas recién comienzan a elaborar vinos finos.

URUKA

Al entrar a URUKA –Camino Belloni, Montevideo–, que comparte instalaciones con la antigua bodega Lugano, el ambiente nos lleva a los comienzos del siglo XX, a aquella época quizás mítica de grandes quintas que producían de todo, en las que se iba construyendo nuevas viviendas cada vez que uno de los hijos se casaba, en las que uno se imagina a dos o tres generaciones de una familia trabajando en paz. Aquí la gran bodega de dos millones de litros de capacidad, de los que usan la mitad aproximadamente, según afirmó Claudia Lugano, está unida a la antigua casa de los abuelos. “Cuando mi abuelo Gregorio Lugano comenzó a construir esta bodega en 1920 –dice Claudia–, cuentan que comía todos los días nada más que huevos de las gallinas que criaba”. La bodega se mantuvo desde entonces elaborando vino que vendía a granel con uvas provenientes de 40 hectáreas de viñedos propios, completamente reconvertidos hoy día. Jugando entre las piletas de hormigón, escondiéndose en los recovecos de la bodega, pasando de la casa paterna a la de los primos o los abuelos, creció Claudia.
Estudió Ingeniería de Alimentos y en el año 2.000 estaba en California cuando conoció a Riaan Van Der Spuy, un enólogo sudafricano que nunca había oído hablar de Uruguay ni del Tannat. El amor los llevó juntos a Sudáfrica primero y luego de regreso a Uruguay, donde el año pasado comenzaron esta nueva bodega cuyo nombre procede (también) de la unión de las tres primeras letras de Uruguay y las dos últimas de Sud Afrika. Riaan y Claudia están decididos a hacer buen vino con trabajo en los viñedos, a cargo del hermano de Claudia, Álvaro Lugano, y elaboraciones cuidadosas, aprovechando la antigua bodega que está muy bien mantenida, con todas las piletas recubiertas con pintura epoxi y maquinarias tradicionales en las que fueron cambiando la madera y el hierro por partes de acero inoxidable.
En el año 2006 habían elaborado Tannat y Tannat/Merlot. En 2007 el espectro se amplió y, aunque todavía no están terminados, elaboraron Shiraz/Malbec (50 % y 50 %); Cabernet Sauvignon, Tannat/Merlot; y un Tannat “Reserva”, que actualmente reposa, un 90% en barricas francesas y el resto en barricas de roble americano. Actualmente producen unos 30.000 litros de vino fino, aunque el proyecto es llegar al 10% de la producción total de la bodega.
Un árbol de granadas se mantiene firme en el patio rodeado por las casas y el establecimiento, desde antes que se pusiera el primer ladrillo. Es un árbol que vió mucha historia.

BODEGA NABUNE

No es fácil llegar a la entrada de esta bodega, que quedó rodeada por barrios de la ciudad de Las Piedras. Pero otra vez la marca de la tradición familiar, tan fuerte en muchas bodegas uruguayas, aparece. Parado al lado de la prensa, Gerardo Nabune señala unas casas al fondo de la viña: “allá vive mi abuela, un poco más acá mi bisabuela, de este otro lado viven mis padres, acá, al lado de la bodega, mi hermano. Esos terrenos –y señala unos terrenos ya marcados para construcción– los vendió mi abuelo hace unos años.”
Y una caminata por el viñedo nos lleva a acercarnos a ver la poda. Tijeras en mano, podan codo a codo, Carlos Nabune (padre) y Gustavo Nabune (hijo), acompañados de un podador más. “Estamos trabajando fuerte, pero todavía tenemos para unos días”, aseguró Gustavo. “Este año la poda fue dura, con el frío. Cuando empezamos de mañana temprano estamos deseando llegar al final de la fila para prender un fueguito y calentarnos un poco”. Mientras tanto otro trabajador va atando las viñas podadas con varas de mimbre, con su cuchillo amarrado a la muñeca. “Cuando hace mucho frío se me duermen los dedos y se me cae si lo tengo en la mano”, explica. Tannat, Merlot, Cabernet Franc, Trebbiano, Moscatel y Ugni Blanc son las variedades que tienen plantadas y con las que abastecen la pequeña bodega de 360.000 litros, cuya capacidad no usan completamente. “Esta bodega la construyó mi abuelo, con sus propias manos, salvo cuatro piletas que incorporamos nosotros luego”, cuenta Gerardo.
“Desde 2004 empezamos una experiencia nueva, manejar viñedos para la elaboración de vinos finos. El trabajo en la viña, que tratamos sea lo más natural posible, se complementa con el uso de levaduras nativas en la fermentación, como hacían nuestros abuelos”, agrega. “Así tratamos de obtener vinos completamente naturales y que sean reflejo de este terroir, del lugar en el que tenemos nuestras raíces”.
Actualmente elaboran vinos de mesa y vinos finos de Trebbiano, Merlot y Tannat. “Estamos muy contentos con los resultados que tuvimos en 2006 con el Tannat, que recién ahora está mostrando todo su potencial”, dice Gerardo. Sus vinos finos comienzan a conocerse y a ser vendidos en algunos restoranes de Montevideo, así como a clientes particulares.

DANTE VILLARINO

La bodega de Dante Villarino está situada en Sauce, Canelones, una de las zonas de mayor concentración de bodegas del país. La familia de Villarino está establecida en la zona desde 1801, producen vinos desde 1888 y la actual bodega fue fundada en 1954. La mayoría de la familia Villarino trabaja en la misma bodega, encabezados por Dante, un hombre con una clarísima visión de sus viñedos y de lo que quiere hacer. Mientras recorremos el viñedo, va mostrando los diferentes cuadros. “Ya no tenemos más híbridos, pero yo peleo por conservar la Harriague, que da unos vinos fantásticos –dice–, pero ahora vamos a arrancar todas las uvas de mesa. ¡Eso no es rentable!.” Muestra con orgullo sus viejas plantas de Harriague, de troncos retorcidos. “Eso lo poda solamente él”, afirma con una sonrisa su hija Rosina. Tannat, Merlot, Syrah, se van sucediendo los cuadros en la pendiente del lomo de la Cuchilla Grande.
Al final, el orgullo de la nueva generación Villarino: el viñedo orgánico de Merlot. “Ya tenemos la certificación nacional de orgánico de ARU y ahora estamos buscando una internacional”, dice Villarino. “Este viñedo produce unos 9.000 kilos por hectárea, pero tiene que producir menos, estamos trabajando en eso. Hay que aprovechar el Merlot, que es una variedad como hecha para nuestras condiciones de clima y suelo. Es una uva fiel. Vamos a plantar más este año, hicimos vivero, desde siempre en la familia hicimos nuestras plantas. Ahora tenemos prontas 6.000 de Merlot”.
Las 22 hectáreas de viñedo están cruzando la ruta 33, frente a la bodega, detrás de la casa familiar. La planta tiene una capacidad de 550.000 litros y allí producen Tannat, Merlot y el Merlot Orgánico, además de un Syrah que todavía no han embotellado ni sacado a la venta. Sus vinos ya tienen nuevas etiquetas –entre ellas unas exquisitas pinturas de Diego Massi– y una clientela entre los conocedores uruguayos, “ahora tenemos que exportar” dice Rosina. Una meta que a veces parece difícil, pero que se puede lograr.

ALTO DE LA BALLENA

Las siete hectáreas de viñedos de Alto de la Ballena están plantadas en uno de los paisajes más atractivos del país: las laderas de la Sierra de la Ballena, con vista a la laguna del Sauce. Mucha piedra y aires oceánicos son el entorno de este viñedo con mitad Merlot, el resto Cabernet Franc, Syrah y la emblemática Tannat, además de una pequeña cantidad de Viognier “Nos gusta mucho el Merlot –afirma Álvaro Lorenzo–, propietario junto a su mujer Paula Pivel del emprendimiento, y nos está dando excelentes resultados”. Son las primeras experiencias, ya que la plantación comenzó en el año 2001.
“Nuestro trabajo agrícola utiliza la técnica de la Producción Integrada, un estándar internacional que implica entre otras cosas la minimización del uso de agroquímicos. Además de la alta calidad organoléptica en los vinos queremos que nuestros productos sean ecológicamente amigables y muy sanos para el consumo humano”, explica Lorenzo a Placer.
Paula está totalmente dedicada a la bodega, que vinifica sus vinos en Viñedo de los Vientos. “Este año esperamos empezar a construir la bodega”, cuenta. Actualmente producen tres vinos: un Merlot/ Cabernet Franc/ Tannat, un Merlot Reserva con crianza en barrica de roble y un Tannat /Viognier, original corte inspirado en los Syrah/ Viognier franceses y australianos. Los viñedos y la futura bodega propia están a unos 20 kilómetros de Punta del Este, lo cual dará además un perfil turístico muy interesante al emprendimiento, fácilmente accesible por la Ruta 12 que sale de Portezuelo al norte. Ya en medio del viñedo construyeron un pequeño parador de madera, integrado al entorno. Este año comenzaron a vender sus vinos en algunos comercios especializados y restoranes de Montevideo y Punta del Este.

VIÑEDO DE LOS VIENTOS

Pablo Fallabrino es genéticamente bodeguero. Su bodega, está situada en una propiedad que fue de su familia desde 1947. Allí las viejas viñas fueron sustituidas por nuevas plantas libres de virus, en algunos casos manteniendo la antigua plantación tradicional en parral, otras sustituyéndola por espaldera. Camina por el viñedo mostrando variedades, paisaje y suelos, acompañado por su mujer Mariana. Siempre está visible la estructura de la bodega, grandes tanques de acero inoxidable al aire libre, un par de galpones con maquinaria y barricas más un pequeño laboratorio. Pablo y Mariana han enfocado todos sus esfuerzos en exportar, aunque también venden algo en el mercado local y a los turistas que visitan la bodega. “Yo siempre pensé que hay que focalizarse en un mercado y darle –dice Pablo–. Nosotros empezamos vendiendo en Estados Unidos y yo viajo varias veces al año, converso con los importadores pero también con los que venden el vino, con los chefs de los restoranes y con sus clientes, organizando degustaciones. Es la única forma para que nos conozcan, no sólo a nuestros vinos sino al país”. Ahora empiezan a vender en San Pablo, Brasil, y Mariana, a veces sola, otras con Pablo, viaja también varias veces al año allí con el mismo fin. “Así nos ha ido bastante bien”, asegura Pablo. El paseo por los viñedos justifica el nombre de la bodega, con un viento constante que, según los propietarios, casi nunca para. Y a veces es bastante fuerte. “Hace unos años arrancó el techo de la bodega, cuenta Mariana, pero no hemos tenido problema con los tanques al aire libre. En verano los protegemos con malla sombra, y tenemos un buen equipo de frío”. Las variedades plantadas incluyen Tannat, Cabernet Franc y Cabernt Sauvignon, Ruby Cabernet, Chardonnay, Trebbiano y Gewurztraminer, manejados con intervenciones mínimas en un entorno natural privilegiado, en el que respetan a fondo la flora y abundante fauna, especialmente pájaros. Sus vinos se exportan y también se venden en algunos puntos del mercado local y en la misma bodega, que recibe visitas y prepara almuerzos en una agradable cocina con horno a leña, previa reserva.