Por Daniela Di Segni
Fotos: Armando Sartorotti
Es fácil descubrir el personaje detrás del chef
internacionalmente reconocido y del empresario exitoso
porque, con un instinto poco habitual, logra contestar las
preguntas antes de que se las hagan. Casi no quedan dudas
de que allí reside la clave del éxito.
Son las 5 de la tarde de un
día sofocante en Buenos
Aires. Dentro, el aire
acondicionado, el clima
suntuoso de La Bourgogne
y el señorial ambiente del
Alvear Palace Hotel en
plena Recoleta contribuyen
a crear un ámbito casi
teatral ajeno a la realidad
de la calle.
Es la hora del té inglés
pero Jean Paul Bondoux
está en el final de su
almuerzo y degusta un
postre nuevo mientras
Pascal Bernard, el gerente
del restaurante, y dos de
sus colaboradores escuchan
las modificaciones que
propone. “Hay que poner más cerezas
y la copita de vodka va
dentro del plato”, indica.
Me ofrece probarlo y, sin
esperar mi respuesta,
manda preparar uno igual.
Acepto porque la carne es
débil y hay tentaciones que
no deben resistirse. Diez
minutos después, frente a
un delicado bavarois con
su copita de novedosa
vodka francesa ubicada en
el lugar exacto del plato,
me doy cuenta de que está
empezando la entrevista
más insólita y posiblemente
menos periodística de mi
vida. “No sé qué va a ser de
esta nota”, pienso mientras
se retiran los últimos
comensales extranjeros del
salón contiguo, llegan
otros a reservar para la
noche y se van desencantados
porque no quedan
mesas disponibles.
Lo conozco desde hace
años, tengo confianza con él y, sin embargo, tardo
unos minutos en tomar
conciencia de que estoy a
punto de entrevistar a un
torbellino, a la representación
viva del moto perpetuo.
Me encuentro frente a
un hombre de 57 años que
por sus escasas canas parece
tener menos de 50 y que
despliega una cantidad de
energía y creatividad poco
habitual aun en alguien
mucho más joven. Un
muchacho buen mozo, de
mirada pícara y profunda,
que comienza a hablar
antes de que le pregunte. “Lo más importante es ser
honesto con uno mismo –dice– porque el noventa
por ciento de la gente es
falsa, nadie conoce tu
interior profundo. Toda mi
vida hablé tal como pienso
y eso puede provocar
desastres. Por ejemplo,
cuando estoy con mi señora
y le digo ‘¡qué linda esta
chica!’, a mí me parece
normal y a ella no le gusta.
Es difícil mantenerse en este
camino pero es así. La vida
pasa muy rápido. Hasta los
50 años es una cosa,
después es otra, porque eres
un viejo para los demás.
Sos un rebelde hasta los 50
y luego un viejo, es ridículo.
Te echan de una compañía
a los 50 y te reemplazan
por uno de 20 para
pagar menos, esta sociedad
es así. Yo querría tener el
conocimiento y la forma de
pensar de los 50 con la
salud y la energía de los
20. Aunque uno puede
tener esa energía a los 60, a
los 70 y más. Es una
cuestión de actitud. Me
pasa a veces, como anoche,
que tenía un dolor fuerte en
una pierna y me sentía
mal. Pero me levanté a la
mañana con la energía
enfocada en positivo y esa
actitud pasa a la cabeza.
Es así nomás, una cuestión
de actitud. Después, a
mediodía vino una gente
con la que hablamos de
espiritualidad, de Buda,
eso me gusta porque también
me transmite energía
positiva.
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