Placer 11 / octubre - noviembre de 2005

 

 
 
Costumbres, manías y tabúes alimentarios, un rompecabezas


por: Ángel V. Ruocco

Lo que para algunos pueblos es una delicadez culinaria -un bocato di cardenale , como diríamos en perfecto cocoliche- para otros es el colmo de la repugnancia.

Hace tres o cuatro decenas de años, cuando, ¡Oh, manes de la burocracia uruguaya!, reglas absurdas y vedas hacían que la carne vacuna fuera más fácil de conseguir y costara menos en Canelones que en Montevideo, apenas pasando el puente de Carrasco, al borde del límite entre los dos departamentos y del lado canario se establecieron enormes locales de carnicerías que exhibían, colgadas en los ganchos, cientos de reses que constituían un llamado irresistible para los montevideanos. Uno de esos días, cuenta un diplomático uruguayo, pasó por allí proveniente del aeropuerto una delegación oficial de la India encabezada por un ministro de religión hinduista. Ante la exhibición de tantas vacas sacrificadas para el consumo humano, el visitante no pudo evitar una mueca de asombro y espanto y, al borde de la náusea, musitó: “¡Qué horror! ¿Cómo se puede hacer esto?”.

Como es sabido, para los hindúes las vacas son tan sagradas que la Constitución federal india establece la prohibición de sacrificar vacas, terneros y otros animales de ordeño y tiro y, por ende, de consumir su carne. De ahí que la India tenga la mayor población de vacunos del mundo, calculada en unos 200 millones de cabezas (sin contar otras decenas de millones de búfalos) y también posea el mayor número de bovinos enfermos, viejos y decrépitos del planeta, que se pasan la vida vagando por campos, carreteras y calles. Lo paradójico es que en ese país con más de 1.000 millones de habitantes, hay una gran pobreza y es mucha la gente que tiene una necesidad extrema de proteínas, calorías, vitaminas y minerales, que se podría satisfacer con el consumo de carne vacuna.

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